Kirchnereo
A veces, no hay tema nuevo. Por más que las noticias parecieran por momentos novedosas, son sólo nuevas versiones del mismo hecho permanente: el choreo, el kirchnereo, el robo. Es aquí cuando uno encuentra la respuesta a la pregunta que casi nadie se hace. Y es que mientras puteamos religiosamente por mentirosos cada vez que la Presi o cualquiera de los impresentables que tiene por funcionarios abren la boca, no somos conscientes de un detalle fundamental: ¿Por qué mienten?
Parte de la batalla cultural que ha llevado adelante el kirchnerismo se
ha dado en el ámbito de la lingüística. Quizá fue el contagio de haberse
juntado con tanto progre, pero finalmente fuimos testigos de un
gobierno que afirma que toda represión es represión ilegal. El resultado
final es claro: todos somos pasibles de caer en la denominación de
asesinos, fascistas y/o adoradores del Hitler de los últimos días, sólo
por preguntarnos por qué el Gobierno no garantiza la libre circulación
frente a una protesta. Del mismo modo, la retórica lleva a que defiendan
enunciados sin que se analicen los resultados. La Asignación Universal
por Hijo aniquiló la pobreza infantil, sólo porque eso es lo que se
redactó. Bajo este precepto se dan situaciones muy curiosas, como la del
pobre boludo que se hartó de ver pibes mendigando por la calle y putea
al gobierno. Probablemente, además de ser considerado un facho traidor a
la patria, se le recriminará por estar en contra de un gobierno que ha
hecho tanto por el pueblo, como la instauración de una Asignación que
elimina la pobreza infantil. Finalmente, por putear a la mishiadura
infante, el eventual gilastrún será acusado de estar a favor de la
misma. Retórica pura, proyección absoluta.
Este mecanismo es utilizado perpetuamente para correr el eje de
cualquier discusión. Y nosotros –tu, yo, Néstor, nosotros, vosotros,
Néstores- caemos en la misma. Nos ofendemos cuando Cris nos trata de
incivilizados egoístas por querer ahorrar, nos agarran ataques de
nervios cuando nos arroja numeritos de inflación cual niña cantora de
Lotería Nacional, quedamos al borde del accidente cerebrovascular cuando
nos da clases de historia socioeconómica europea contemporánea.
Terminamos en discusiones de dialéctica, donde cualquier oficialista
está perfectamente adiestrado para salir airoso, dado que dan la batalla
en lo que mejor les sale: el relato.
No hay que dar muchas vueltas para explicar por qué se está en contra
del gobierno. No es necesario librar el combate en el terreno de la
ideología, los valores morales y cualquier otra gansada que exceda la
realidad de lo que nos rompe las guindas. Si cada cosa que dice Cristina
nos patea el hígado, es porque sabemos que todo es verso, que todo es
un chamuyo berreta para disfrazar realidades. Antes, que se estaban
choreando todo; hoy, que ya no queda nada.
En las últimas décadas –puntualmente, desde que se mide- la corrupción
nunca ha sido un factor que mueva mucho el amperímetro a la hora de
evaluar las prioridades, más si tenemos en cuenta que gran parte de la
población tiene como urgencias cuestiones básicas como llegar a casa
vivo y/o con el totó en condiciones, llevar un plato de polenta con
pajaritos cada noche a la mesa, o acceder a una vivienda como la gente.
El razonamiento es elemental: con todo lo que hay para preocuparse en el
día a día, la que se llevan desde arriba puede esperar. Sin embargo,
esta lógica pierde sentido cuando el día a día empieza a verse afectado
por la que se guardan.
Ejemplos sobran. Boudou hizo un show único al ser descubierto en orsai
con un negociado tan único como lo es la impresión de billetines en un
país donde se emite sin parar. Su defensa fue tejer redes de
conspiraciones por parte de personajes de derecha, algo que al venir de
Aimée, causó más risa que sorpresa. Cristina desapareció cuando murieron
cincuenta y una personas por culpa del choreo sistemático a través de
la fiesta ferroviaria. Al volver, habló de un solo muerto –el único que
vale- de lo que sufre por estar sola y, entre llantos, arengó a la
muchachada al grito de “vamos por todo”. A la vuelta de la esquina del
tiempo, hace un par de semanas, la fragata Libertad fue retenida en
Ghana. Los operadores de prensa del gobierno dijeron que Clarín
sobredimensionó el asunto y buscaron culpables que no hayan previsto que
la fragata podría ser retenida en África. Cristina bajó la persiana y
dijo que podrán quitarnos la fragata, pero no la dignidad, como si traer
a la tripulación en un charter y obligarlos a abandonar el barco, fuera
un acto de arrojo. De lo único que no se habló es de que no somos
libres de pisar el puerto que se nos antoje y que la actitud del
gobierno frente a los acreedores es la misma que la del garca que se
cruza de vereda para no devolver la que le prestaron. Atrás de todas
estas argumentaciones que van de la épica a la acusación, siempre está
la misma cuestión: si hay plata, se roba, si no hay plata, se descarta, y
si por saquear la plata se complica, siempre se puede improvisar.
Incluso han embarrado la cancha al hablar de medidas peronistas, como si
aplicar mal las mismas recetas de hace 60 años fuera sinónimo del
pragmatismo que caracterizó al gobierno de Perón. Y mientras tanto, se
hacen los dolobus olímpicamente con lo que pasó en la década del ´70.
Tienen versiones de Perón, todas sin uniforme -por si las dudas, vio- y
edulcoradas. De Perón sólo hablan para mencionar alguna frase gastada,
mientras remarcan, cada vez que pueden, que este gobierno ha hecho tanto
por el país como lo hizo la gestión peronista de 1946 a 1955. La
versión peronista del relato oficial es la que tan bien plasmó Felipe
Pigna en la biografía que ilustra la página web del PJ porteño: Perón
volvió en 1973. Murió en 1974. ¿Qué pasó en el medio? No es difícil de
explicar, pero mejor no hablar.
Cada ser humano se encuentra completo como persona en el mismo instante
en que da el último suspiro antes de pasar a mejor vida. Uno es todo lo
que fue, con lo mejor y lo peor de lo que ha hecho a lo largo de su
trayectoria por este mundo, no hay otra forma de dibujarlo. Bajo estos
preceptos básicos, el único Perón que vale es el que falleció el primero
de julio de 1974. El resto, es chamuyo mersa para decorar cualquier
gansada, mientras se sigue choreando a troche y moche lo que haya
quedado en el fondo de la olla.
Hablar de 1973-1974 es jodido para quien no tiene cómo explicar cómo es
posible que Perón tuvo que pelear nuevamente la consigna dominación o
liberación en aquellos años, pero no frente al avance del imperio
norteamericano, sino para enfrentar lo que el denominaba infiltrados y
agentes de países comunistas. Hoy la consigna dominación o liberación,
que tanto les gusta enarbolar a los oficialistas, sigue más vigente que
nunca dentro de un gobierno tan entreguista que cede sin mayores
problemas recursos naturales no renovables, mientras nos chamuya con la
soberanía hidrocarburífera, que regala la guita de todos para comprar
empresas quebradas y para poder seguir en el fino arte del choreo a
través de subsidios siderales que no alcanzan nunca, jamás, a cubrir un
servicio decente y competitivo.
La única liberación necesaria es la que nos quita las barreras en el
camino a la felicidad, con toda la subjetividad que conlleva el
enunciado. Es lo básico de la justicia social: dar a cada uno las
garantías mínimas y necesarias para que, en base a su mayor o menor
esfuerzo, llegue a donde quiera. Esto incluye la felicidad, los
objetivos personales de crecimiento, de ver despegar a nuestros hijos y
saber que podrán vivir mejor que nosotros, y no que tengan que esperar a
que espichemos los padres para ver cuánta les dejamos.
No vale la pena pensar si alguna vez existió proyecto político
kirchnerista, o cuándo es que desapareció, si lo único palpable es que
no existe otro fin que perpetuarse en el poder y no, precisamente, por
el poder mismo. Los que todavía no se chorearon la suficiente -¿Cuánto
se necesita para quedar satisfecho?- y los que son incapaces de ganarse
el mango honestamente sin chupar la teta del Estado, son los que
insisten con la eternidad de Cristina. El político de raza jamás podría
soñar la eternidad de una persona como cabeza de un país, y esto es por
un solo motivo: cualquier político que se precie, sueña con ser
Presidente. El kirchnerista, en cambio, sólo desea que Cristina
permanezca todo el tiempo que sea necesario, para poder contar con el
manto protector que distrae los ojos de la opinión pública hacia
cualquier cosa que no sea el verdadero hecho: el robo sistemático de
cuanta moneda se cruce en el camino. Cualquier cosa que se quiera
esgrimir como defensa en el medio, carece de sentido frente al afano.
La Fragata Libertad podría volver a casa si se depositaran veinte
millones de dólares. Mientras los oficialistas argumentan que es una
hijaputez negociar con los fondos buitres y que el derecho internacional
impide que se trabe embargo sobre los buques de guerra, la realidad nos
grita que ese monto es lo que creció el patrimonio –sólo el declarado-
de Cristina desde 2003. Y si sumamos el crecimiento patrimonial de todos
y cada uno de los delincuentes que tenemos por funcionarios o
legisladores, probablemente nos encontremos con más de un presupuesto
anual nacional.
Estas son las cosas que sirven para eliminar cualquier discusión con el
eventual ejemplar oficialista que viene a discutirnos lo que no tenemos
ganas de discutir, precisamente, con ellos. Podemos hablar de fútbol, de
música o de si preferimos que una mina tenga buen culo o buenas gomas,
pero en cuanto arranque la discusión ideológica, hay que cortar por lo
sano. Mientras Cristina recuerda que ella está saneando la crisis de los
ahorristas desatada con el corralito, nos acusa de egoístas por el sólo
hecho de querer hacer lo mismo que ella, pero de un modo más honesto y
humilde: ahorrar, engrosar nuestro patrimonio. Nosotros reclamamos
tantas cosas que todas se resumen en una sola. Queremos que salir a la
calle de noche no sea igual que nadar herido entre tiburones. Queremos
que por ser laburantes, no tengamos que demostrar que no necesitamos el
crédito inmobiliario que solicitamos. Queremos que al enfermarnos de
alguna peste, no debamos depender de si Moreno tiene un buen día, o no.
Queremos poder tomarnos un tren sin rezar un Rosario antes. Queremos
cobrar el sueldo sin que el Estado se sienta parte de nuestro esfuerzo y
nos meta un impuesto al trabajo. Queremos que la democracia no sea
entendida como el mecanismo mediante el cual una porción de la sociedad
se impone por sobre el resto. Básicamente, queremos que nos dejen ser
felices a nuestro modo, sin joderle la vida a nadie.
Y para querer todo esto, no es necesario formar un partido y ganar una
elección, cuando tan sólo es el deber de los que ya están en el poder.
Si por exigir que no nos quiten el derecho a vivir sin que nos rompan
las tarlipes, nos acusarán de ser fachos, genocidas, neoliberales,
nazisionistas, gorilas, golpistas –todo esto sin saber nada de nuestro
estilo de vida o creencias- no hay ningún problema. Ante cada defensa
del modelo que hagan, los acusaremos de defensores de ladrones. Al menos
esto último es comprobable.
Martes. No es kirchnerismo. Es kirchnereo.
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